Los colores de una vida

Rosa. En el sombrero que te cubría un ojo a los 3 años de edad dentro de una iglesia. Y el origen del color en tu vida: vestidos, zapatos, pantalones, moños, muñecas: la diferencia de no ser sólo humano: la consecuencia de ser mujer: la consecuencia de que tu madre quiera que seas “mujer / femenina”. Bri / Lupis / Tere. Negro. Porque toda adolescencia que duele es negra. Es disidente. Rebelde. Es la máscara, el caparazón. El color que nos une como género, sin edad, sin clase social. Sex-surf como salvación. Fiestas. Alcohol. Morado. Y las lilas cayendo en primavera por todas partes. El amor. El corazón teñido de un púrpura descontrolado. Rojo. El borbotón de sangre saliendo de tu frente. Las fresas y las manzanas. Comprenderte como mujer que no es rosa ni negra, sino roja cada mes. Dolor. Morado. En la mirada. En su mano. En el roce plácido de su piel. En el viento. En la seguridad que nadie más te había proporcionado. En la libertad. Rojo. Pensar con el corazón en la izquierda. La pérdida de tu primer mascota. La cirugía de mamá. Cocinar: quemar: cocinar: molestar: cocinar: todos enfureciendo: crecer. Morado. Y las letras que aparecen en la cabeza como si alguien susurrara. Escribir sobre él. Negro y morado. La primera traición y el frustrante no viaje al norte. Enojo; con la vida, con todos. Querer huir y no saber cómo. Estar perdida. Rosa. Reconciliarte con el color de infancia. Perdonar. Rojo. En su frente, en la pared, en el vaso roto en el piso. Miedo. Morado. La segunda vuelta. La efervescencia de querer ser adulto. Irte de casa y sentir la libertad como algo infinito. Tu hermano viviendo contigo su propia libertad y la ternura de querer cuidarlo. Violeta. LSD. Sentir la vida del agua entre tus manos y el aire que llena tus pulmones. Rojo. Por primera vez en los labios. En el labial azotado contra la pared como mancha imborrable. En las sillas, libros, ilusiones, rotas. En su mano quebrando la tuya. En los huecos en las paredes. Negro. En la inspiración que te brinda la madrugada para hablar, para sentir, para escribir: para ser honesto. Rosa. Y sentir que puedes sonreír otra vez. Reír a carcajadas. Reír sin pretensión. Reír por reír. Ir a todas partes. Bailar. Morado. MRM. Rojo. Choque de moto. Su cerebro escurriendo por su nariz. Esperanza. Hospital. Rojo y negro. En las ojeras. En las lágrimas que ya no salen. Negro. 14 de febrero. No hablar con nadie, nadie, nadie. Voces como estruendo. Correr a los idiotas. Ser fuerte por mamá, por papá. Decirle adiós. Querer honrarlo. Negro y morado. El abrazo. Perdonar de nuevo. La nueva oportunidad. Una niña dentro de otra niña. Decidir ser mamá. Beige. 30 días en el hospital. Papá con la cabeza rota. La cabeza otra vez. La cabeza como símbolo de lo que no está bien. Rosa. Papá abrazándote porque está a salvo. Y ella nace. Tenerla entre tus manos por primera vez. El ciclo de la vida completo. Prometerte que ella no será sólo rosa, sino multicolor. Negro y rosa. Todos queriendo decidir sobre tu vida y su pequeña vida. Morado. Él como papá. Negro. Y la depresión que te absorbe y nadie entiende. Negro. Porque no sólo tu memoria tiene un vacío inmenso, también tú. Negro. El color que te viste casi siempre. Negro. El color de tu sonrisa y de las veces que lloras quedito en el baño. Negro. Porque el mismo color que te hunde, te saca. Rojo y negro sobre el morado. Gritos. Peleas. El corazón dejando de sentir. Aferrarse a la sinrazón. Miedo constante. Odio. Sueños de tu hermano. Escribir como terapia. Morado. Y tus amigos haciéndote fuerte. Ella creciendo. Ella como futuro. Viajar. Negro, rosa y morado. El perdón de todos los colores y la búsqueda de más tonalidades. Rojo, sólo donde debe ir: en los labios como muestra de confianza. Rosa. Y la ilusión que te despierta estudiar de nuevo. Los tres tréboles. Rosa y negro. Como oportunidades para descubrir nuevos colores.

 

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