Sobreexposición

“Jugábamos con arena y nada dolía”, recuerdo haber leído esa inscripción en una de las exposiciones de arte que visité. Tenía los ojos nublados como si la sombra que estaba fuera de mí se hubiese metido a mis entrañas.

Despierto. La lámpara en el techo empapada de luz natural extiende una mancha negruzca larga, tan larga que parece que se va a la otra habitación a buscarte, cruza el sillón en el que nos sentábamos a dibujar, sale al jardín atravesando como catana al girasol con el que me cubro del sol.

“Pero llegó un día en el que no nos dijeron la verdad”, se leía en letras azules en la misma obra. A pasos pesados, persigo la sombra de mi lámpara. El sol y la luna parecen jugar en mi contra. Se turnan para volverme loco. Doy un paso de día, volteo y ya es de noche. Y mi lámpara ya no es luna, pero tampoco sol. Solo queda la sombra invisible que sé que está allí pero que ya no veo. Trago saliva. Me quedo quieto.

Parece que el tiempo se detuvo. Pero el tiempo no es tonto, se detiene un instante para después avanzar con más rapidez y dejarte como idiota sin saber qué ocurre. “No sabíamos lo suficiente como para poder entender cuáles eran las malas noticias”, sí, eso decía la pared frente al video lleno de colores vivos e imágenes carentes de humanidad y llenas de basura. 

Era ese pequeño momento en el que no eres ni de aquí, ni de allá; donde no eres niño, ni viejo; donde no eres hombre, ni mujer; donde estás muriendo, pero no lo suficiente porque sigues vivo; donde amas, pero también odias o peor, ya te da igual… Ese espacio perdido como fotograma oculto que impacta en ti, sin pasar advertido por los límites de la percepción.

Sabía quién eras tú y quién era yo, hasta que ya no lo supe. La luz me da en un costado. La sombra dice que tengo más volumen del que suelo ver. Tengo sólo media cara encendida. La otra está extraviada. Somos entes moldeables ante la luz que gira alrededor de nosotros cual manecilla de un reloj.

Ni la memoria es real. Ni el cuerpo, ni las caricias o besos que alguna vez lo hicieron sentir completo. Soy fragmento, luz y sombra. Pero todos ven lo que quieren ver… y yo lo único que veo antes de dormir es un techo donde se proyecta la última parte de la obra:  “Bienvenido a la tierra”.

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